He sido gozadora intermitente de las playas de El Médano, insólitas para quien las contempla, y las he recordado permanentemente como viajera a mi regreso, con el deseo de los reencuentros. La noticia del trueque de esa belleza natural por moles de cemento especulativo me trae a la memoria el aviso del filósofo Walter Benjamin -allá en la víspera de la segunda guerra mundial- para parar el tren que algunos llaman de progreso tecnológico y que se lleva por delante lo poco que nos queda de humanos: la capacidad de admirar, de fundirse en las aguas de la costa de Granadilla, de contemplar lo que no necesita de la mano del hombre para servir bondadosamente a su destino. Paremos el delirio que pretende sustituir con su avaricia las arenas amigas.
Fanny Rubio